La eutrapelia o que la diversión es cosa seria

Este año he tenido la oportunidad de asistir a varios actos académicos en colegios mayores de Madrid. Al final de los mismos, como manda la tradición, se entonaba el canto del Gaudeamus Igitur.

Mi reflexión más inmediata y superficial fue que, en general, las dotes para el canto no abundan en exceso en la comunidad universitaria. Por no mencionar que nuestros conocimientos de las lenguas clásicas son raquíticos o, incluso, inexistentes.

Pero, superada esta primera impresión, consideré que esta contradicción entre lo serio y formal del momento y el desenfado, e incluso descaro, que exhibe el himno universitario más universal (que no el primero), tal vez constituya una excelente metáfora del equilibrio que exige una vida buena. Una vida virtuosa que huye de los extremos. Y entonces me acordé: la eutrapelia.

Mejor que buscarlo en Wikipedia, es recurrir a las fuentes: Aristóteles, Séneca y, por supuesto, Santo Tomás de Aquino.

La eutrapelia es el nombre que dieron los clásicos al juego, la diversión, la risa,… vividos de forma sana, afable y equilibrada. Es decir, el buen humor, que siempre ha de ser humor del bueno (que no siempre el humor malo es malhumor).

Aristóteles habla de la risa como virtud en el capítulo 8 del libro IV de la Ética a Nicómaco. Lo es cuando, como toda virtud, está regida por la razón que evita que caigamos en los extremos: “Hay personas que, llevando al exceso la manía de hacer reír, pasan por bufones insípidos y molestos, diciendo a todo trance chistes y preocupándose más en hacer reír que en decir cosas aceptables y decentes que no ofendan a los que son objeto de su crítica”. Aristóteles nos habla así de lo que nosotros llamaríamos un payaso maleducado.

Séneca nos dice: “Te comportarás como sabio si sabes mostrarte afable sin perder el respeto ante los demás”.

Y Santo Tomás. Santo Tomás sabía que la diversión era una cosa muy seria. Hasta 173 veces la menciona en sus escritos, el triple que Aristóteles (si obviamos, claro está, el libro perdido que inspiró la novela El nombre de la rosa). Son hombres inmorales “aquellos que no profieren siquiera un chiste ni consiguen que los demás bromeen pues no toleran la gracia moderada de sus semejantes” (STh II-II, q. 168, a. 4).

La diversión, decía el Aquinate, es imprescindible para una vida buena, feliz y sana. Hoy diríamos, es un derecho, como con justicia reivindicamos para tantos niños que en el mundo se ven privados de infancia. Igual que la fatiga corporal requiere de descanso -nos advierte el santo- el juego y la fiesta constituyen un descanso necesario para el alma. Las ganas de juegos y fiestas no suelen faltar en los jóvenes (es propio de la edad, como proclama el Gaudeamus). Pero, para que la senectud no sea demasiado molesta, conviene tener presente lo siguiente: que la vida sea algo serio, no significa que deba ser aburrida; que la vida deba contar con momentos de diversión, no significa que tenga que ser frívola.

Bien podría decirse: dime qué clase de diversión disfrutas y te diré qué clase de persona eres.

Seamos alegres, bienhumorados y agradecidos y hagamos partícipes a los demás de ello. Hay motivos verdaderamente serios para estar alegres.