El fin de año va a llegar

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Forma parte del imaginario gamberro el curioso incidente protagonizado por el escritor Fernando Arrabal en el programa de televisión española que en los años 80 conducía Fernando Sánchez Dragó. «El milenarismo va a llegar…» repetía en tono misterioso bajo la influencia del chinchón (bebida, no juego de naipes), según él mismo ha explicado tiempo después.

Al acercarse el final de un año más nos encontramos, de nuevo, resúmenes y reflexiones de lo acaecido en los doce últimos meses por doquier. Una querencia cíclica a la que subyace, curiosamente, todo lo contrario: la convicción de que la historia ha de tener alguna clase de sentido. Algunos, en tono parecido al de Arrabal, ponen el acento en un tenebroso final. Otros prefieren fijarse en aquellos aspectos en los que hemos mejorado y simpatizan con la idea del progreso continuo (muy recientemente Luis Ventoso y Manuel Calderón). Unos y otros parecen preguntarse: ¿a dónde nos conduce todo esto?

Todas las grandes religiones ofrecen un camino de salvación que supone un determinado sentido de la existencia. Cómo sea ésto entendido depende de cada religión. Pero todas coinciden en que la salvación se encuentra «al final». Las religiones dualistas buscan romper el ciclo de reencarnaciones. Las religiones monoteístas esperan la transformación de todo en una nueva y definitiva realidad: el denominado fin del mundo. El Apocalipsis.

Aunque este vocablo griego significa en realidad «revelación», se ha convertido en sinónimo de fin del mundo. Desde el punto de vista cristiano, el fin del mundo no consiste en la aniquilación o desaparición del mismo, sino en su plenitud. Ahora bien, cómo alcanzará el mundo dicha plenitud es algo que ha sido explicado en la Biblia a través de un género literario propio de un momento histórico muy determinado: el género literario apocalíptico. He aquí la razón de la resignificación del término.

Sucede, además, que, según este género literario, el triunfo definitivo del bien habrá de darse en el momento en que el mal haya alcanzado sus cotas más altas. He aquí la razón de la connotación de catástrofe y de resistencia a una prueba que lleva aparejado el término.

Es fácil comprender que, según el contexto histórico y social, las distintas generaciones de cristianos han imaginado -e imaginan- el fin del mundo de diferentes maneras. Ha habido períodos muy duros, llenos de dificultades, de acusada sensibilidad apocalíptica. Y otros momentos más optimistas donde el progreso experimentado ha sido interpretado como señal o anticipo de la plenitud anhelada. En este sentido, la esperanza cristiana tendrá que moverse entre el pesimismo paralizador y el optimismo ingenuo.

Hay quien dice que es más fácil creer lo malo que lo bueno. Tal vez ello se deba a cierto complejo por los Reyes Magos, es decir, al miedo a sentirnos defraudados. Sin embargo, una vida sin esperanza dificilmente podría ser una vida humana. Esta es la parte de verdad que podemos encontrar en los defensores de la idea ilustrada de progreso. Pero ello no debe llevarnos a perder de vista que, en ocasiones, habrá que esperar contra toda esperanza y que un bien alcanzado no está libre de pérdida.

¡Feliz y esperanzado 2019 a todos!