Con apremiante preocupación…

Mit brennender sorge… son las primeras palabras de la única encíclica escrita en alemán hasta el momento. El papa Pío XI terminó su redacción el 14 de marzo de 1937 y la envió en secreto a los obispos alemanes para que fuera leída en todas las parroquias del país durante la celebración dominical del siguiente domingo, 21 de marzo. En ella, el papa criticaba duramente el delirio colectivo en que se había convertido el nacionalismo alemán y el sufrimiento y la persecución que, por su causa, estaban padeciendo los católicos germanos.

17. Nos os damos gracias, venerables hermanos, a vosotros, a vuestros sacerdotes y a todos los fieles que, defendiendo los derechos de la Divina Majestad contra un provocador neopaganismo, apoyado, desgraciadamente con frecuencia, por personalidades influyentes, habéis cumplido y cumplís vuestro deber de cristianos. Esta gratitud es particularmente íntima y llena de reconocida admiración para todos los que en el cumplimiento de este su deber se han hecho dignos de sufrir por la causa de Dios sacrificios y dolores.

Es el nacionalismo un tipo de idolatría que convierte una idea referida a una colectividad -definida ya por criterios de raza, ya de lengua, ya de cultura- en un dios terrible ante cuyo altar hay que sacrificar todo lo que no encaja con ese todo. No hay que desesperar intentando descubrir sus razones, sólo encontraremos propaganda, cosa muy nietzscheana, por otra parte.

Han pasado tantas cosas en Europa desde que Herder, Fichte o Hegel apuntalaran la idea de la supremacía germana… pero parece ser que no han sido suficientes. ¿Quién iba a imaginar que uno de los pueblos más cultos de Europa, como lo era Alemania en aquel entonces, llegaría a engendrar un monstruo como el nacionalsocialismo? No se hizo nada -salvo por parte de algunos, como aquellos a quienes se dirigía Pío XI- y la bestia creció hasta devorar a medio continente. Nuestro orgullo nos cegó llevándonos a la ingenuidad de creer que atrocidades como las que acontecían en lejanos rincones del mundo no civilizado nunca sucederían entre nosotros. Pero el odio al etiquetado como diferente es prácticamente inextirpable cuando se mama desde la cuna, y al final la realidad superó lo inimaginable.

Con apremiante preocupación observamos hoy en España que lo que en su día se llamó nacionalismo democrático ha decidido inmolar ante el altar del dios-nación su adjetivo especificativo bajo la invocación: «¡Delenda est democratia, hágase la patria!».

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