¿Homo homini lupus?

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Hace tiempo escuché en RNE una interesante entrevista a un conocido actor español que se define como ateo y de izquierdas: José Sacristán. Me emocionó oírle explicar el origen de su vocación y el sentido que para él tenía el arte en general: «el arte está aquí porque la naturaleza no nos es suficiente«, por medio de él tratamos de «dar un sentido a unas cosas que nos pasan que son inmateriales». «Contar historias es un acto de amor y de generosidad» para lo cual hay que «echar mano del niño que fui», decía también. Junto a ello, su deseo de contribuir, por medio de su oficio, a hacer este mundo un poco mejor.

Escucharle me produjo cierta sensación de complicidad porque hablaba desde una perspectiva convergente, en muchos aspectos, con la de una persona creyente. Manifestaba una apertura a la trascendencia en la que, no obstante, no se daba el paso definitivo de bajar las propias defensas frente a Dios. No es casualidad, en todo caso, que haya sido el arte lo que le ha conducido hasta ese umbral. Decía Santayana, al hablar del arte, que “la poesía es religión en la que se ha dejado de creer”. Por eso mismo, tampoco es casualidad la sombra de pesimismo y escepticismo que, en ocasiones, acompañaba su relato.

¿Podemos confiar en el ser humano sin confiar, a su vez, en Dios? Debemos admitir que muchas de las cosas que hemos hecho a lo largo de la historia -y que hacemos en el presente- nos lo ponen francamente difícil. Quizás por eso, la resistencia frente al mal desde el ateísmo aparece muchas veces más como una resistencia indignada que como una resistencia esperanzada. Como decía C. S. Lewis al explicar las razones de su pasado ateo: «estaba muy enfadado con Dios por no existir».

Lo que es imposible desde la fe en un Dios encarnado es confiar en Dios sin confiar en el ser humano. Si Dios ha tenido tanta fe en nosotros como para llegar a asumir nuestra misma condición y querer realizar por medio de nosotros su plan de salvación, debe ser porque existen buenas razones, a pesar de todo, para confiar en el ser humano.

Me quedo con Santo Tomás, no con Hobbes.

Un comentario en “¿Homo homini lupus?

  1. Pensar en Hobbes es recordar que fue un niño huérfano en la infancia temprana, de quien se decía era muy tímido, melancólico e inseguro. Del bando realista vería cómo el rey Charles I era decapitado salvajemente por el bando parlamentarista. Es la época de Oliver Cromwell. Y en la memoria de los ingleses creo que aún hoy se respira el terror de actos inhumanos cometidos por ambos bandos, actos más propios de lobos que de hombres. El Estado de hierro del Leviatán es la forma hobbesiana de impedir que el hombre se mate. Es el pensamiento de que el hombre natural tiene a asesinarse, lo que acaba en un Estado uniformado que incluso está por encima de las creencias individuales. No ha existido nunca un Estado así hasta la aparición del comunismo en el siglo XX. O quizás el intento actual de engrandecer los Estados y el poder político que hoy en día quiere cada vez retener más impuestos (haciéndonos más dependientes de él), no separar los poderes estatales sino mezclarlos, entreverar lo político con las oligarquías de las grandes empresas y sus puertas giratorias, dominar la educación desde los jardines de infancia, imponer sus ideologías “ciudadanas”, controlar a los mayores con sus votos cautivos de pensionistas y sus leyes de dependencia, es el control desde la cuna (o antes de la cuna) por el aborto hasta la tumba con la eutanasia, es el control de la TV y el resto de medios de propaganda, la limitación de la propiedad privada y el paternalismo de estado para infantilizar al ser humana postrado como masa,… En definitiva, una desconfianza en que el ser humano por sí mismo pueda elegir libremente y ser individuo, persona. Algo que solamente un cristiano, que sabe que el mismo Dios se encarnó, acierta a entrever con claridad, algo de lo que santo Tomás de Aquino, magistralmente, tendría hoy mucho que decir.

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